domingo, junio 28, 2009

André Gide: autobiografía y sinceridad




Como escribía Laura Freixas con absoluta razón, en un artículo de El País, los textos íntimos que tanto juego dieron desde el siglo XVII hasta mediados del XX, se ven ahora relegados al desván de la Historia por la irrupción de Facebook o Gran Hermano. En dicho artículo cita, entre los clásicos del género, a Rousseau, Amiel , Peppys, Constant y Gide, todos ellos protestantes “acostumbrados a hacer examen de conciencia a solas”, lo cual les permite llevar al papel sus pensamientos. Frente a ellos, dice, los católicos han practicado menos el género dado que su intimidad pasa por el confesionario y es, por consiguiente, oral. También subraya Freixas el hecho de que los diarios actuales, a veces valiosos, no tienen la fuerza que les imprimían los escritores de las generaciones anteriores. Tal vez por ello, se parecen cada vez más al blog o a la columna periodística. En estos tiempos de literatura light guiada por criterios puramente comerciales, me gustaría recordar brevemente a André Gide, un clásico francés del siglo XX, premio Nobel de Literatura en 1947, quien, desde dentro del género autobiográfico, reflexionó ardientemente sobre la sinceridad en la escritura íntima en el libro Si le grain ne meurt, (Si no muere la semilla, Ed. Española, Losada 2002).
Gide es un escritor al que gusta escudriñar el yo. Incluso en sus novelas pocas veces la voz narrativa se hace en tercera persona. Además, sus escritos ficcionales incluyen muy a menudo diarios íntimos. La escritura autobiográfica gidiana surge como un deseo de desarrollar el yo y mostrarlo de la manera más sincera posible. Si en un primer momento rechaza la idea de adentrarse en su intimidad, siendo muy joven, a los diecinueve años, renuncia a la premisa pascaliana que le había guiado hasta entonces. De esta forma "el yo odioso" del que hablaba el filósofo del XVII, se convierte en el universo de Gide en un yo positivo que hay que desarrollar. Así, en 1888, podemos leer en su Diario las siguientes líneas: "Y ahora que me reencuentro a mí mismo, querría medir el camino recorrido; es tan largo que me asusta; he cambiado de camino y ya no sé cuál es el bueno. Yo quería, como lo dije con afectación, pero pensándolo sinceramente, matar el yo de Pascal, y ahora ese yo lo respeto, lo venero, y me esfuerzo por desarrollarlo".
Siguiendo ese criterio, Gide anhela escribir sus memorias. En 1897 inicia esa aventura personal con Si no muere la semilla cuya redacción definitiva tendrá lugar en 1917. En 1919 ya tiene acabada la primera parte. No obstante, su deseo de sinceridad absoluta no resulta colmado como a él le habría gustado. Al final de la primera parte del libro escribe: “Soy un ser dialogante, dentro de mí todo lucha y se contradice. Las Memorias son siempre sinceras a medias, por muy grande que sea el cuidado que se pone en decir la verdad, todo es siempre más complejo de lo que se cree. Tal vez uno se acerque incluso más a la verdad en la novela”. A pesar de sus dudas, Gide no ceja en su empeño de introspección y de sinceridad. De esta forma, en 1926, sale a la luz el libro completo que, con gran intensidad, da cuenta de los primeros veintiséis años de su vida, es decir, desde su infancia hasta la boda con su prima que tuvo lugar un día después de la muerte de su madre.
Si no muere la semilla es un texto autobiográfico que ante todo rechaza la mentira. Gide tenía “horror a la mentira” de ahí que la sinceridad sea el lema que le anima en su andadura. En primer término es franco por la revelación de su homosexualidad. Gide es consciente de que al declarar su opción sexual pone en peligro su reputación, sin embargo, se arriesga a ser estigmatizado en beneficio de la verdad que desea sacar a la luz. Ya en la segunda página de su obra nos muestra a un niño que descubre el placer de la "malas costumbres". Tras esa confesión señala que es consciente del peligro de contar su interioridad, pero, añade "mi relato sólo tiene razón de existir si es verídico. Digamos que lo escribo como una penitencia". Es evidente que el texto lleva el sello de una auténtica autobiografía comprometida ya que su confesión busca igualmente legitimar una opción sexual que a sus ojos no tenía por qué ser vergonzante.
En la segunda parte del libro asistimos a sus experiencias homosexuales en África del Norte. Tanto en sus novelas como en su obra autobiográfica, esas tierras tan alejadas de París son el lugar idóneo para liberarse de los prejuicios. De esta forma, de vuelta a Francia después de la estancia africana, Gide se siente como una persona que ha resucitado, como alguien que estaba muerto y que ha vuelto a la vida. Esa “resurrección" se manifiesta en declaraciones que no contienen ninguna ambigüedad: “¿Cómo hasta entonces había yo podido respirar en esa atmósfera asfixiada de los salones y de los cenáculos donde la agitación de cada uno desprendía un perfume de muerte?”.
Por otro lado, este libro también supone una denuncia de la infancia vivida. Gide detesta ese tenebroso período de su vida durante el cual recibió una rígida educación protestante bajo la implacable autoridad de su madre con quien ahora hace un ajuste de cuentas. A lo largo de sus páginas se puede observar cómo vive Gide entre el deseo de ser puro y la tentación del abismo. A sus ojos, la pureza se concretiza en el amor que profesa a su prima Emmanuelle, Madeleine en la vida real, con quien realiza un matrimonio no consumado, sinónimo de virtud. En ocasiones, el amor homosexual está asociado a la culpa y, por el contrario, en otros muchos casos aparece natural y pagano. Todos los dilemas morales y religiosos de Gide afloran en este texto plagado de confesiones que, sabe, van a situarle en el punto de mira de los demás. Gide escribe para sí mismo pero también se adelanta a aquellos que sin duda van a acusarle. En el Diario también adopta esta actitud al declarar: “No escribo estas Memorias para defenderme. No tengo que defenderme, puesto que no se me acusa. Las escribo antes de que se me acuse. Las escribo para que se me acuse". En Si no muere la semilla podemos encontrar además otros elementos interesantes acerca de la vida del escritor y de su entorno artístico. Independientemente de su mirada introspectiva, el texto nos ofrece igualmente una crónica de la vida literaria del momento. De ella se desprende la veneración que sentía por Mallarmé, en cuyo círculo había sido admitido. Gide asistía con regularidad a las famosas reuniones de los martes que el poeta organizaba en la "Rue de Rome", un lugar sagrado, casi fuera del mundo, lleno de calma y "religiosa atmósfera" en el que Mallarmé "preparaba sus conversaciones, que a menudo apenas diferían de sus divagaciones". Importante es también su amistad con Oscar Wilde. Gide es consciente de todas las paradojas del escritor inglés refugiado en París. Cuenta sus extravagancias y su constante deseo de mostrarse a los demás bajo una máscara. Sin embargo, resalta la sinceridad que se ha instalado en su amistad: "Conmigo Wilde (…) abandonaba la máscara, por fin veía al hombre pues él había comprendido que ya no era necesario fingir y que aquello por lo que otros lo habrían rechazado a mí no me hacía alejarme de él.
En definitiva, sirviéndose de una prosa clásica y precisa de excelente calidad, André Gide nos conduce por los vericuetos de su yo tratando, en la medida de lo posible, de contar la verdad. Esta exigencia de la escritura autobiográfica, difícil de llevar a cabo se hace realidad en este libro en el que ese yo, claramente dividido, asume públicamente la homosexualidad sin poder deshacerse del todo de su obsesión por la pureza. En su búsqueda de la autenticidad, Gide asume el riesgo sin caer en ningún tipo de provocación y, con fina elegancia, analiza una pasión que en su época se salía de toda norma. Laura Freixas se pregunta en su artículo si lo verdaderamente íntimo es impublicable, yo creo que el ejemplo de Gide despeja toda duda al respecto.

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